Tenía un secreto en casa. Nadie podía ni imaginarse de lo que se trataba, y nadie sospechaba.
Sus idas y venidas a la nevera no parecían despertar sospechas.
Todo aquello había sido muy raro.
Una noche al volver a casa chocó con vecino suyo, un hombre mayor, ella se disculpó al instante y ayudó a subir al hombre al segundo piso del edificio y luego subió al cuarto, y entró en su propia casa.
Una vez se dispuso a vaciar su bandolera encontró en ella algo extraño y la única explicación de aquello parecía ser el anciano vecino. Una especie de huevo enorme, con una sola mano no podía cogerlo. Era blanco con briznas de azul celeste. Se quitó los guantes para poder acariciar la superficie de aquel extraño huevo.
Al rozar su piel el huevo, una intensa descarga helada recorrió desde la punta de sus dedos hasta el cerebro, donde llevó una serie de información. Aquella información helada le mostraba que el huevo contenía dentro un Dragón de las nieves. Ella se encargaría de que creciera sanamente. Y no podía hacer nada al respecto.
Por eso escondió el huevo en el congelador, durante aquellos meses nadie se percató de él. Ella buscó al anciano del segundo piso, pero había desaparecido, y al preguntar a la gente, nadie parecía conocerlo ni saber de su existencia. ¿No existía el anciano? Pero el huevo era real, de hecho ahora el trabajo era más difícil. el huevo había eclosionado, y en el pequeño congelador de la nevera estaba viviendo un dragón del tamaño de un gato adulto, con una cola igual de larga que el cuerpo, y unas alas que aun no había podido desplegar nunca.
Si, estaba claro que debía buscarle una nueva habitación a Fridge, pues ese nombre le había puesto al pequeño dragón, y seguir buscando al único hombre que pudiera tener respuestas. Por el momento seguiría abriendo el congelador y dándole hamburguesas al pequeño y feliz dragoncito del congelador.
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