Me encontraba sola, y por las noches esa soledad pesaba en mi corazón
haciendo que muchas noches me durmiera llorando.
Gritaba y pataleaba en silencio, para no despertar a la familia
e intentar desahogar todos esos sentimientos.
No podía dormir por culpa del peso de la soledad, y
cuando caía rendida ante la noche, las pesadillas inundaban mis sueños.
Hasta que un día llegó él.
Entró sin hacer ruido en mi cama, me besó repetidas veces
y se acurrucó a mi lado. me sentí feliz y me dormí acariciándole.
Al despertar continuaba ahí a mi lado, volvió a besarme,
feliz de estar conmigo y yo de no haber dormido sola otra vez.
Él empezó a saltar y dar brincos en la cama, a golpearme con el rabo
que movía de un lado para otro feliz,
y dándome los buenos días lamiéndome toda la cara.
Desde entonces, Berrinche se ha acostumbrado a dormir en mi cama,
y yo, le hago un hueco a mi lado.
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