14 octubre 2010

Ya lo he hecho

Diana siempre había sido una chica muy alegre, con ganas de vivir, abierta a la gente. En casa era una chica trabajadora y amable. Se llevaba muy bien con sus padres, podían pasar horas hablando en el sofá. Todos los fines de semanas iba a visitar a la única abuela que le quedaba, que estaba enferma. Tenía 18 años, era una chica sana. No bebía nunca, jamás fumó y las drogas no las quiso ver ni de cerca. Todo su mundo era perfecto.

Pero esa preciosa y perfecta burbuja, explotó. Se derrumbó y se vino abajo. Empezó un fin de semana, que ella estaba en casa de su abuela. Sus padres volvían a casa, después de pasar el fin de semana fuera, en casa de unos amigos. Iban por una pequeña carretera secundaria. Cuando en una de las curvas apareció un ciervo. El coche no pudo evitar el impacto. Se salió de la carretera, dando vueltas de campana y cayó por el precipicio. Intentaron salir del coche, pero este prendió en llamas y solo quedó de ellos dos cuerpos carbonizados, apenas reconocibles y el recuerdo.

Esa noche Diana no se preocupó de que sus padres no hubieran llegado a casa aún, muchas veces llegaban el lunes por la mañana. Así que se enteró de la noticia en clase. A mitad de un control, para el cual Diana se había pasado estudiando cerca de una semana, su nombre sonó por megafonía, y se fue a dirección como le indicaban. Una vez ahí, su tutora la hizo sentarse y entre ella y el director le contaron lo ocurrido. La desesperación se adueñó de Diana. Dio patadas cuando intentaron calmarla, tiró cuadros al suelo. De un manotazo vació la mesa, lloraba y gritaba que era mentira.

No tenía más que su abuela (y antes sus padres) Así que su tutora, con la que tenía confianza, la acompañó al tanatorio. Diana le pidió que la dejase entrar sola. El doctor le repitió más de una ves que era mejor que no los viera. Que tuviese el recuerdo de sus padres como algo bonito, como lo que eran y no como el carbonizado cuerpo que quedaba de ellos. Pero con una mirada asesina, de locura y amargura, le dijo al doctor que le daba igual. Cuando sacaron el cuerpo de su padre del cajón, Diana sintió ganas de vomitar y la sensación de que se iba a desmayar. Pero no fue así. No parecía de su padre, era como un maniquí calcinado. Todo era negro, marrón oscuro, con capas de carne levantadas y con algún que otro pelo todavía.

Los ojos de Diana se llenaron de lágrimas que no dejó caer. Luego sacaron a su madre. Esto fue más impactante para ella. Tenía la mandíbula desencajada, dejando ver lo único que tenía intacto. Los dientes. El resto, igual que su padre, calcinado y la larga melena rubia que tenía su madre, había quedado reducida a un manojo de pelo encrespado y muerto. Y ya no pudo retener más las lágrimas. Se echó al hombro del doctor a llorar desesperada. Más tarde le dieron las pertenencias de sus padres. Los anillos de boda. El collar de su madre y el de su padre, más los anillos que ella les había regalado dos años atrás.

La tutora se quedó con Diana en su casa, que ahora veía tan vacía, hasta las 22’30h. Diana se negó a ir a casa de su tutora a pasar la noche y a que ella durmiese en su casa, a regañadientes, la tutora accedió a irse. Diana no había hablado desde que salió del tanatorio, y tampoco tenía ganas de hacerlo ahora. Se fue a su habitación. Vio colgada una de las fotos en la que salía con sus padres. Los tres sonrientes, los tres felices, los tres vivos… ahora ella se sentía también muerta. Se sentía sola y triste. Como traicionada por no tener a sus padres. Y sola, porque  tenía muchos amigos, pero solo una de verdad y vivía en otro país. Se sentía completamente desesperada. Se tiró a la cama a llorar y a gritar hasta hacerse daño en la garganta. Solo tenía a su abuela, a la cual le faltaba poco para reunirse con sus padres. Algo le impidió seguir pensando. Se dio cuenta de algo. Tenía una forma para encontrarse con sus padres. Si… pero aún no. Aún tenía algo que hacer.

Con nuevas y extrañas fuerzas tiró los cuadros al suelo. Sacó los muebles de la habitación, los colocó perfectamente en la habitación de sus padres y el salón, y dejó en su cuarto sólo el cuadro y la cama. Se fue a la cocina a disolvente y llenó un cubo, cogió un pincel y lo mojó en el cubo. Empezó a escribir palabras invisibles en la pared. Se pasó una semana escribiendo. Sólo salía de la habitación para ir al baño y beber algo. Ni tan siquiera comió en esa semana. Había adelgazado muchos kilos. El teléfono y el móvil no dejaron a sonar al igual que la puerta de la casa. La policía acudió a la casa por si le había ocurrido algo, y Diana se sintió obligada a abrirles la puerta. Estos entraron a ver la casa, le dijeron que se cuidara, que debía hablar con alguien. Ella dijo que si a todo y se despidió de los policías quienes no se fueron muy convencidos, y ella continuó a escribir esas palabras invisibles en la pared

Estaba obsesionada con la escritura, no podía hacer otra cosa. Una noche, cuando cayó rendida en la cama, soñó con su abuela. Era sábado y nadie había ido a verla. ¿le habrían dicho que su hijo y su nuera habían muerto? Diana se sentía culpable por no haber ido a visitarla. Por no haberle contado lo ocurrido. Su abuela estaba tan sola como ella. Así que decidió ir a verla al día siguiente. Eran las 5 de la mañana, hasta las 10 tenía tiempo de dormir tres horas y escribir un rato más.

Se despertó con la horrible imagen de los cuerpos calcinados, vigilándola por todos lados. Fue al baño y por primera vez en casi una semana, se miró en el espejo. Ella misma parecía un cadáver… así que por su abuela se peinó, intentó disimular sus ojeras y la cara esquelética que tenía ahora, por no comer. Se cambió de ropa. Aún le quedaba algo de tiempo así que escribió un rato. Se sumergió en esa escritura que tanto la amargaba y se fue. Al llegar a casa de su abuela, vio que se encontraba perfectamente. Una vecina se ocupó de ella todo ese tiempo, y Diana se lo agradeció. Su abuela se preocupó tremendamente por el mal aspecto de su nieta, pero Diana intentó restarle importancia. Se acuclilló a los pies de la silla de ruedas de su abuela, con los ojos llorosos y tranquilamente, con palabras dulces, tan dulces que parecía que le contase un libro para niños, le contó a su abuela que su hijo y su nuera hacía 11 días que habían fallecido. La abuela se quedó sin palabras, lloró, pero un llanto diferente del de Diana. Ésta se levantó y se alejo de su abuela, se puso detrás de ella, respiró a fondo dos o tres veces. Le dijo que la quería que ahora todo sería mejor y le repitió “te quiero”. Entonces agarró a su abuela por el cuello. Y con un giro brusco, le rompió el cuello. Su abuela dejó de respirar al momento.

Diana colocó a su abuela perfectamente en la silla de ruedas. Parecía que dormía plácidamente, y era lo que realmente hacía, descansar para toda la eternidad. Pero en parte se sentía sucia por haber matado a su abuela. Podría haberle dicho lo que iba a hacer, pero no estaba segura de que hubiera sido mejor. Sin decir nada más que “lo siento, lo hago para que volvamos a estar juntos” salió de la casa como si nada hubiese sucedido, se despidió de la vecina que estaba en el rellano y volvió a su casa, conde volvió a mojar el pincel en el cubo y continuó escribiendo.

Ya sólo quedaba una pequeña esquina de la habitación por escribir. Esto ayudaría a quien estudiara el caso para saber quien había sido el asesino. Con la luz ultravioleta podrían leer su confesión. Se fue al baño y empezó a llenar la bañera con agua bastante caliente. Cogió la maquinilla de afeitar y sacó la cuchilla, que la dejó en el borde de la bañera, lista para usarla. Volvió a la habitación y añadió.

-“Sí. He matado a mi abuela, y ahora voy a suicidarme cortándome las venas.

Mama, Papa, Abuela. Os quiero

Diana”


Finalmente, después de salir de la bañera, arrastrándose por el dolor, y sangrando, volvió desnuda a la habitación donde añadió con su propia sangre antes de caer desplomada y desangrada en la esquina de la habitación:

“Ya lo he hecho”

3 comentarios:

  1. Es un relato tan real, tan posible que me asusta. Mis padres viven muy lejos de aquí, en otro país y muchas veces he sentido escalofríos al darme cuenta que llevaban varios días sin llamar por teléfono. No es comparable del todo, pero se aproxima a los miedos que la distancia y el no ver a las personas pueden causar en mi interior. Es un relato muy oscuro... pero es algo que, desgraciadamente, ocurre a diario.

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  2. por favor que haces que no le pides a BIMBO que te lo lea, quedaria algo asi como un gran podcast de Historias

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  3. Buah que grandísimo. Están muy bien explicados los sentimientos, y el punto de giro donde se carga a la abuela es absolutamente brutal en casi todos los sentidos.
    Enhorabuena! :D

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